Siendo real que en muchos estudios relacionados con la educación social se cursan asignaturas relativas al ocio - aunque es importante añadir que muchos de estos estudios son más teóricos que prácticos lo que reduce sus posibles aportes - debemos reflexionar sobre el verdadero conocimiento que las personas educadoras sociales tenemos del ocio, como experiencia vital propia, como desarrollo personal que nos sirve para hacer nuestro trabajo con los diferentes colectivos en procesos de inclusión e inserción con los que trabajamos.
Uno de los elementos claves para un educador o educadora social es el de la coherencia, es decir, que sea capaz de vivir realmente lo que está transmitiendo a las personas con las que trabaja sobre como se debe vivir, buenos hábitos, valores, actitudes... De alguna manera, una parte fundamental de su labor reside en predicar con el ejemplo. En el caso del ocio, esta coherencia es verdaderamente importante y necesaria.
¿Cuánto sabemos del ocio los educadores y educadoras sociales? ¿Cómo vivimos nuestro propio ocio? ¿Cuánto lo utilizamos como desarrollo personal y vital? ¿En qué plano lo colocamos en nuestra escala de valores? ¿Cuánto de lo que sabemos y vivimos respecto al ocio nos sirve para trabajar después con las personas en procesos de inclusión? Se que son muchas preguntas pero mi experiencia me dice que las personas educadoras sociales, en general y como otras muchas personas en nuestra sociedad, tienen pocos conocimientos de ocio o son arrastrados por un tipo de ocio (consumista, individualista, adormecedor…) que es el que le interesa a la economía del ocio. Y esto, precisamente, no es de mucha ayuda para trabajar con los colectivos con los que trabajamos, ni para tener las capacidades necesarias como para utilizar el ocio como una herramienta educativa.
Debemos ser conscientes que el ocio es un espacio muy complejo en las vivencias de muchas personas con las que trabajamos, un espacio que a veces es causante de diferentes recaídas, en el que no saben que hacer, que provoca tensiones, y también que es un espacio en el que las personas educadoras nos sentimos con dificultades para trabajar, no solo desde las cuestiones más prácticas como dónde ir, que actividades se pueden realizar, la programación que se puede desarrollar, donde buscar información... sino desde las más profundas: valor del ocio, utilidad, motivación, importancia, impulso… y para todo esto es necesario tener una profunda experiencia de ocio, que forme parte de nuestro desarrollo vital, que tenga sentido en nuestra vida, que nos ofrezca valores añadidos como descanso, placer, diversión, entretenimiento, aprendizajes... Y es desde este punto, sumando los aprendizajes más téóricos, desde donde podemos realizar nuestro trabajo como educadores sociales con coherencia, comprendiendo el valor de la herramienta, transmitiendo su sentido, motivando, animando, impulsando en base a nuestras propias experiencias, haciendo de espejo y contrastando desde nuestros propios aciertos y errores.
Es verdad que cada persona es diferentes, que los gustos (y más en temas relacionados con el ocio , el arte y la cultura) son muy diversos pero de lo que se trata es de desarrollar una actitud, una vivencia frente al ocio como algo valioso, importante, que nos ofrece aspectos muy positivos de desarrollo personal y vital, no de forma teórica o empírica, sino desde nuestras propias vivencias. Algo que luego podemos transmitir a las personas con las que trabajamos. Además, este aspecto relacionado con el ocio , redundara no solo en ser mejores profesionales sino también en ser personas con espacios para el descanso, que disfrutan, que se ríen, que se encuentran con otras personas, que se socializan, que se desarrollan, es decir, ser personas más sanas y mejores. Y todo esto redundará sobre las personas con las que trabajamos y sobre sus procesos de inserción social así que manos a la obra!!!
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